Es lógico, normal y necesario que a las organizaciones políticas
les preocupen las elecciones, como medio democrático de acceso al poder. De
hecho, entramos en un año pleno de citas electorales, y, por primera vez desde
que muchos tenemos memoria, con resultados inciertos, y hasta ilusionantes.
Ahora toca dar el callo para conquistar la hegemonía electoral, o al menos el trozo de la misma que la voluntad soberana
permita (Angela Merkel mediante.)
En ello estamos, pero que nadie se me asuste, no voy ahora a hacer
una reflexión que empiece a barajar expectativas demoscópicas, ni supuestos
post elecciones, que tiempo habrá para ello. Quiero situarme en el 2016 y más
allá, porque hay cositas que me preocupan, aún más, que lo que pase en Mayo y
en Noviembre.
Algunas de ellas están emergiendo en esto que algunos llaman
procesos de convergencia y otros nuevas maneras de hacer. Dije antes que están emergiendo, y me
desdigo. Se están reeditando en el contexto nuevo, pero son más viejas que la
tana, que no se exactamente quien era, pero como hay consenso popular, muy vieja debe ser.
Me preocupa el cómo de la construcción de la hegemonía electoral.
Algunos hablan de ocupar la centralidad, ¿Se trata de una inteligente forma de
decir el centro sin decirlo? Para eso ya
tenemos dos partidos que lo hacen; no necesitamos un tercero. Sinceramente no creo que sea eso lo que
quieren expresar, Lo que me temo es algo aún peor. Parece que algunos,
alentados por un ascenso que nadie se esperaba, pretenden constituirse en el único
camino. O estas conmigo o contra mi. Yo ocupo el centro, y tu, o te mueves
hacia mi, o te quedas en los márgenes. Esto ya lo vivimos en el 82, y así nos
fue.
Fue lo que entonces se llamo el “priismo”, que para los que no lo
recuerden, fue la cultura que se instauró en el partido hegemónico de aquellos
días, que a imitación del PRI mexicano, se confundía a si mismo con el todo
progresista, y que se desplegó en una
terrible campaña de acoso y derribo de todo aquello que se moviera fuera
de sus márgenes o de su control directo. Y que mandó al garete lo mejorcito de
nuestro tejido social.
Frases como “yo no me sumo a platos precocinados”, o poner líneas
rojas en la formula jurídica para presentarse a las elecciones, pero eso si, en
algunos lugares esas mismas líneas son solo rositas. O decir que quien quiera
ser candidato tendrá que asumir “mi” código ético… son solo algunas señales que
me ponen un poco nervioso., y que denotan que algunos siguen sin entender que
sumar y sumarse no son sinónimos. Cuando alguien “se suma”, simplemente se
apunta a lo de otros, y cuando alguien suma, construye algo nuevo que no estaba
antes.
Y todavía me preocupa más, que la construcción de la hegemonía
electoral se haga a costa de la hegemonía cultural. Y me explico, porque soy
consciente que la frasecita tiene bemoles.
Quizá tengo una lectura menos optimista de lo que realmente
significa la demanda emergente entre la ciudadanía. El mero hartazgo hacia lo
político, por mucho que ahora se traduzca en reacción, en cambio de voto, se me
queda muy corto como cambio, al menos como el cambio que creo es necesario. En
otro lugares ese mismo hartazgo se canaliza hacia nacionalismos excluyentes o
hacia fascismos de nuevo cuño. Si la
única oferta diferencial es una honestidad por demostrar, con todo lo
importante que esta es, se me queda muy corta.
Si lo único que hay que hacer es conquistar el poder, porque “el
cielo no se alcanza por consenso, sino que se conquista” y con conquistarlo nos
quedamos tranquilos, asistiremos de nuevo a un proceso de delegación de la
responsabilidad. Que hagan ellos, que así yo ya… El poder político es un
instrumento importantísimo, no hay duda, pero no es el único. Una sociedad
construida por delegación es una sociedad que no quiero. Ni siquiera en el
platónico supuesto, de que esos en los que delegamos sean los más capaces.
Y si, además, la única oferta es volver a unas propuestas
políticas de la mas rancia socialdemocracia europea, poco hemos avanzado y poco
cambiaremos. Un apunte para que nadie se llame a engaño, llamo rancias a
propuestas que son viejas, no desde la afirmación que las de la derecha son
modernas. Si nos ponemos a mirar, para rancias, rancias las del neoliberalismo,
que son una reedición de las del siglo XVIII. Pero no por eso me conformo con
volver al discurso de los años 50 en Europa, o de los 80 en España.
Luego entonces, ¿por donde? Lamento no tenerlo claro. Se por donde
no, y me ofrezco con humildad para encontrar con otros, sumando, los caminos
nuevos. Caminos que no tiren el niño con el agua sucia, pero que se planteen
que las bases para una sociedad diferente han de superar modelos que ya han
demostrado lo que dan de si. Y el
capitalismo, bien en su versión liberal, bien en su versión socialdemócrata
está agotado y amenaza con agotar, literalmente, a la humanidad en su conjunto.
Hemos de comprender que desarrollo no es igual a crecimiento; que
la pobreza es el gran cáncer a vencer; que la vida es corta y que todos tenemos
el deber de ser felices; que la redistribución de la riqueza es importante,
pero mucho mas lo es la forma de producirla; que nuestro planeta es finito y que
formamos parte de un todo interdependiente; que no somos herederos sino
albaceas, que nos ira mejor si cooperamos en lugar de competir…
Y además de comprenderlo
ponernos a currar para traducirlo en propuestas para mañana por la
mañana, y para dentro de diez años, propuestas para la gestión de lo político y
para la construcción de la cultura ciudadana que lo sustente.
Creo que este el reto, y lo cuento sin la seguridad de acertar y
con la esperanza de estar muy equivocado en algunas de las lecturas que hago de
los signos de los tiempos. Y en cualquier caso con la oferta de estas dos
manos, que quieren sumar, pero que no están dispuestas a sumarse.
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