viernes, 28 de septiembre de 2018

¿QUE TAL SI PINTAMOS LA PANCARTA?

Hace no muchos meses fui testigo de la siguiente escena: Una reunión de un grupo conformado por varias viejas glorias del movimiento vecinal y político de mi barrio, junto con otras personas, vamos decirlo así, desvirgadas por el 15M en esto del compromiso asociativo/reivindicativo. En un determinado momento pareció surgir el consenso de la necesidad de colgar una pancarta en un puente, como punto de inicio del proceso. La evidencia de que el ayuntamiento no iba a dotarnos de presupuesto necesario para tan compleja misión, derivó en la postrer discusión de esa reunión, y al final en que ni se colgó pancarta, ni se hizo proceso alguno.

Lo curioso del asunto es que los unos tienen las rodillas peladas de pintar pancartas en la acera delante del local de la asociación de vecinos, y las otras fueron capaces de mantener mas de cuatro meses una mini cuidad en la Puerta del Sol. Y en un espacio y en el otro las palabras presupuesto y ayuntamiento, hace no tanto, eran prácticamente extranjerismos.

Es cierto que una pancarta presupuestada y hecha en imprenta queda mucho mas mona, pero ¿de verdad nadie tenía una sabana que fuera a tirar? ¿a nadie le había sobrado un poco de pintura de la última vez que le dio una manita al techo de su cocina? Mas allá de la anécdota concreta, creo que esta merece una reflexión sobre nuestra manera de comprender y sobre todo de comprender-nos en esto de la acción social y política.

Tenemos un poco de confusión entre lo que es común, y lo que es estatal. Lo común es de todas porque no es de nadie, y a todas beneficia y sirve, sin que sea posible su apropiación. Lo estatal es aquello que siendo común es gestionado directamente por una institución estatal (da igual de que nivel).  Lo común hace referencia a la naturaleza del bien en cuestión, lo estatal solo es una forma de gestión de entre varias posibles. Los pastos del monte pueden ser repartidos por el ayuntamiento o explotados de común acuerdo por sorteo, rotación…  entre todos los pastores del pueblo. Por definición, todo lo estatal debiera ser común, pero no todo lo común ha de ser necesariamente estatal.

Todas las formas posibles de gestionar lo común es lo que se define como lo público. y en una sociedad compleja como la nuestra, resulta inevitable una cierta intervención de lo estatal en su desarrollo. Ahora bien conviene no confundirlo con que el estado es el único agente que interviene en ello. Cosa esta ultima, que hacemos con demasiada frecuencia. Y así decimos “como yo pago, ensucio” y el resultado es como tenemos las calles. o “como no me la pagan, no hay pancarta.”

Lo que desde luego no es común es lo privado, lo privado es lo contrario de lo común. Lo privado es de alguien, su naturaleza es contraria a lo común, por mucho que de manera indirecta pueda beneficiar o servir a otros distintos, su esencia reduce su utilidad y beneficio a aquellos que lo poseen. Dejando ahora a un lado el más que necesario y pertinente debate sobre la legitimidad o no de determinadas propiedades privadas, afirmaremos que lo privado es la única manera no legitima de gestión de lo común. Es mala idea dejar al zorro vigilar el gallinero.


Otro ejemplo con poco mas de enjundia que la historia de la pancarta podría ser la política de vivienda en Copenhague. Hace 20 años la capital Danesa tenía un parque público de viviendas correspondiente al  50% del total. Por esas cosas de la democracia, llegó la gobierno un partido conservador, de esos que defienden que lo privado es la mejor manera de gestionar lo común, y privatizó las viviendas de gestión directa municipal.  La realidad hoy es que el parque publico de Copenhague es de un 33%. ¿Por qué?, pues porque el resto de ese parque público tenia forma de gestión social cooperativa y el gobierno no pudo, aunque seguro que le hubiera encantado, privatizarlo. Resultó que una forma de gestión pública pero no estatal de un bien común fue mucho mas resiliente a la privatización que el otro modelo.

Una mejor comprensión de lo común y lo publico pasa necesariamente por implicarnos, por responsabilizarnos, por no delegar nuestra condición de agentes de lo común en las instituciones estatales. Y una adecuada gestión de estas ultimas pasa por trabajar y desarrollar también políticas de sentido, no solo de recursos, que movilicen las capacidades comunitarias, que empoderen a la gentes en la búsqueda de soluciones comunes a problemas comunes, con o sin la institución