Bien porque la vivimos con angustia consciente, bien porque la
hemos visto después por la tele, todos y todas
tenemos en la cabeza la imagen de Tejero, pistola en mano, gritando
aquello de “se sienten coño”. La misma
me vino a la memoria el otro día, viendo alguna de las pocas tertulias
políticas que mi pobre consciencia es capaz de soportar.
En ella hablaban del atentado contra el semanal satírico francés
Charlie Hebdo, y el supermercado parisino. Y entre otras de las muchas lindezas
que el inconsciente les hacia decir , aparecía una que era, además,
prácticamente unánime. “se tienen que integrar”, en referencia a los musulmanes
en particular y a los inmigrantes en general.
Supongo de la inteligencia del lector, que no tengo la necesidad
de explicitar que todo lo que voy a decir nada tiene que ver con justificar,
explicar, quitarle hierro… a un acto criminal sin paliativos.
Igualmente lamento que el tema saliera en relación con los hechos
referidos, el terrorismo nada tiene que ver con la inmigración ni con la
integración. Y por tanto, será la última
vez que hable de ellos en esta
entrada.
Hace unos años tuve la suerte de pasar quince días en la Republica
Dominicana, en la de verdad, no en Punta Cana. Allí visité un montón de casas
de gente normal, lo que equivale a decir gente muy pobre, y una de las cosas
mas importantes con las que me viene fue la del ritual , casi sacramento, de “la
silla y el juguito”.
La llegada a cualquiera de ellas, era inmediatamente precedida de
alguien de la familia que se levantaba de su silla y te ofrecía, más bien te
pedía con insistencia que la ocuparas. Y la mater familias, desaparecía rauda
para regresar con un “juguito” de alguna
fruta, pero solo uno, y para mi. Raro en mi, pero no tarde mucho en comprender
que no debía rechazar aquellos privilegios de hospitalidad, a riesgo de ofender,
sin quererlo, a aquella familia.
Y se me venia a la cabeza la imagen del benemérito golpista porque
era metáfora de como algo tan interesante como el invitar a alguien a
sentarse, con una pistola en la mano y un “coño” en la boca, se vuelve justo lo
contrario. “ Se integren, coño” fue lo único que les faltó decir.
¿Qué queremos decir con eso de que se integren? Es más, ¿Por qué
se tienen que integrar? Con esto, a riesgo de ser muy pero que muy políticamente
incorrecto, me ocurre como con lo de la tolerancia. ¿Quién soy yo para tolerar?
Me parece que partimos de una comprensión errónea, que nos juega
muy malas pasadas, y desde ella, no es
casual que hayamos elegido los vocablos “integración” y “tolerancia” para
designar con ellas cosas positivas. Ambas palabras
presuponen que hay un lado bueno y uno malo, y como el bueno es tan bueno,
permite que otros accedan a el, o como mucho tolera algunas “cosejas” del lado
equivocado.
La sociedad occidental-judeo-cristiana-capitalsita, tiene grandes
valores, no cabe duda, pero también gravísimos defectos. Del mismo modo,
cualquier otra cultura humana posee los mismo extremos. Y en ambos casos, la
mayoría de las personas andamos por las medianías, con algunas excepciones en
forma de santos e hijos de puta en ambos lados de la relación.
Aprovechemos la posibilidad que este mundo globalizado nos ofrece
para construir sociedades multiculturales, primero, e interculturales después.
Aprendamos unos de otras, inventemos nuevas posibilidades, construyamos lo
inédito viable, que diría Freire.
Sentémonos juntos a compartir un juguito, sin pretender, de
entrada, que nadie deje de ser lo que es, para que, de salida, todos seamos
otro. Con las excepciones de los santos, para ver si aprendemos algo, y de los
hijos de puta para hacer con ellos lo que mejor podamos.
Así la próxima vez que vengas a mi casa y te ofrezca una silla, no
pienses que quiero que te quedes a vivir conmigo, ni que cuando bebamos un
juguito te estoy pidiendo matrimonio.
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