miércoles, 30 de agosto de 2017

LA ECOLOGÍA POLÍTICA: MÁS ALLÄ DE LA SOSTENIBILIDAD

Cuando una parte del movimiento ecologista da el paso a “meterse en política” lo hace desde el convencimiento de que tiene elementos muy valiosos y novedosos que aportar, no solamente a las cuestiones de política medioambiental, sino al conjunto de lo político, a saber: el proceso de vivir en y de construir sociedad. La visión ecologista del mundo es mucho más que situar la crisis medioambiental en la agenda.
 
Se trata de una percepción del vivir social desde una perspectiva eco-sistémica. Un ecosistema no se explica desde las partes, los individuos o las especies, sino desde las relaciones que se establecen en él. Un ecosistema nunca está completamente aislado ni cerrado, desde el y mirando sus interdependencias terminamos hablando del universo, que en tanto infinito, nunca deja de proporcionar relaciones que descubrir. En realidad los propios ecosistemas no dejan de ser divisiones tan arbitrarias como cualquier otra, fruto de nuestra limitación, incluso cerebral,  para un conocimiento verdaderamente holístico.
 
Un ecosistema no tiene centro ni cúspide, se constituye en una compleja red de inter-retro-acciones, en la que resulta inútil intentar definir cuál es más importante. Los ecosistemas son autosemejantes, cada parte en la que queramos dividir la realidad es un reflejo de aquella en la que está contenida.
Una visión ecológica rompe con el cartesianismo, tanto con el que enuncia que el todo no es más que la suma de sus partes, como con el que establece una relación lineal entre la causa y el efecto. 

Reniega también del darwinismo mal entendido, que ubica en la competición la única y fundamental explicación al éxito de una determinada especie. Cuando las partes vivas se relacionan provocan sinérgias, verdaderas explicaciones de los cambios y evoluciones. Las causas y los efectos, en realidad conforman bucles, dependerá de por dónde comiences a mirar, una será la otra o la otra la una. Así no hay soluciones fáciles ni simples a lo que en realidad es complejo. Y la cooperación tiene, al menos, tanto peso como la competencia en el éxito evolutivo.
 
No hay espacio ni es la intención de este articulo desplegar todas y cada una de estas afirmaciones, que lo son de algunos y algunas de los miembros más punteros de la comunidad científica.  Abusando así de una consideración axiomática  de las mismas me sirven de pórtico para entrar al contenido central: Las transversalidades necesarias de la ecología política.
 
La primera de ellas es la sostenibilidad. Importante, necesaria, casi diríamos que vital,  pero insuficiente. Las razones y necesidad de la misma pertenecen ya al ámbito de lo evidente, por lo que no las repetiré aquí, más allá de su postulado básico: es inviable y suicida el crecimiento sostenido en un planeta de recursos finitos.
 
El problema de la sostenibilidad es que marca los límites que tiene el seguir haciendo lo mismo que hacemos, en menor medida, pero lo mismo.  Por eso ha sido asumida, al menos en parte, por cualquier actor que no apueste por el suicidio. Y es defendida por las más capitalistas y devoradoras de las multinacionales que en el mundo son. El gran planteamiento que ha de surgir de una mirada ecosistémica a la realidad, es que, con mucha probabilidad, debemos de empezar a hacer otras cosas completamente diferentes.
 
A mi juicio, una de las debilidades del discurso ecologista al uso, es de convertirse sin quererlo en profeta del desastre. Un discurso apocalíptico, que queda en anunciar el fin del mundo sin ofrecer más alternativa que seguir haciendo lo mismo, pero en menor medida. Si hacemos lo mismo pero menos, seremos un poco menos desiguales, pero desiguales, seremos un poco menos consumistas, pero consumistas, y para solo ser un poco menos, yo me sigo apuntando a la parte de los que tienen más o que consumen más, y el que venga detrás que arreé.
 
Así, a más de la sostenibilidad, una política de corte ecologista ha de incorporar otros transversales. Enuncio algunos: Lo común, desde lo más común que tenemos, que es la casa que habitamos, el plantea, pasando por sus recursos que son comunes no solo  a los humanos, y terminando en lo social, modelo común de convivencia. Lo común posee como característica que es de todos y de cada una,  a la vez. Y  por eso es disfrutado, defendido y gestionado por todas y cada uno. 
 
Lo común nos lleva de la mano a los cuidados y a la cooperación. Como nuevo transversal propositivo y con potencialidad transformadora. El cuidado del otro y de lo otro, que es igual pero diverso, y por tanto enriquecedor. La cooperación que nos lleva a olvidarnos de la reclamación igualdad de oportunidades, porque la vida no puede ser una carrera, y a centrarnos en reclamar la igualdad real en la diversidad.
 
El ya viejo, pero no por eso menos actual transversal de la glocalidad. Es en lo cercano donde se juega lo global. El cambio climático se nota en mi escalera, y su freno comienza en el rellano. La exclusión social la sufre mi vecina, y la integración empieza en mi calle, con ella.
 
Lo humano no es ninguna cúspide evolutiva. No es mas, ni menos,  que otra de la hebras de la trama de la vida. Las políticas ecologistas están libres de antropocentrismo. No hay jerarquías en la toma de decisiones. El dilema entre empleo y conservación del medio no es real. La mina no es buena porque genera empleo y la central nuclear tampoco. Hay que generar maneras de vivir y de trabajar conservando el medio. Los toros no son más importantes, ni menos, que el torero. y tan deleznable es el hecho de la tortura de un animal, como el de un espectáculo en el que el aliciente es el riesgo de una vida humana.
 
No hay dimensiones centrales de lo social humano. La economía es solo otra dimensión, y el asunto central no es la propiedad de los medios de producción, ni la estratificación en clases sociales, por mas que se trate de dos asuntos importantes. son solo dos mas de los asuntos de lo social. Ni mas ni menos importantes que la desigualdad de genero o de edad, o que la capacidad de decisión política, o que la acumulación de capital relacional o cultural.
 
Las divisiones tradicionales en la acción política no tienen mas sentido que un mero mapa para no perderse, pero la ecología política sabe que le mapa no es el territorio. No ha de haber política económica, laboral, cultural, social… o si, pero no es esa división la que justifica las prioridades. Ha de haber políticas sinérgicas, es decir, aquellas que desarrollen y hagan avanzar a la vez varias dimensiones en su interelación. Esas han de ser las elegidas al optar,
 
Son más, pero aquí paro. En EQUO andamos por ahí. No somos esto, vamos siéndolo, porque el vivir en gerundio es el último de los transversales de los que hablaré. La ecología política no es ni puede ser, sin traicionarse a si misma, una ideología cerrada y completa que limite la comprensión del mundo dentro de un marco rígido, al que si se le presentan inéditos tenderá a rechazarlos.
 
Estoy convencido que eso que llamamos las fuerzas del cambio necesitan de la ecología política, necesitan de EQUO. Desde la humildad que exige la coherencia con todos estos transversales, se trata de una fuerza política con perfil propio que tiene grandes novedades que aportar, que ofrecer y que construir. Así, cualquier intento interno o externo de reducirnos a la categoría de especialistas en pájaros y flores, o aún en sostenibilidad, será una perdida para todas, incluso para quien, legítimamente, no se considere ecologista.