viernes, 28 de septiembre de 2018

¿QUE TAL SI PINTAMOS LA PANCARTA?

Hace no muchos meses fui testigo de la siguiente escena: Una reunión de un grupo conformado por varias viejas glorias del movimiento vecinal y político de mi barrio, junto con otras personas, vamos decirlo así, desvirgadas por el 15M en esto del compromiso asociativo/reivindicativo. En un determinado momento pareció surgir el consenso de la necesidad de colgar una pancarta en un puente, como punto de inicio del proceso. La evidencia de que el ayuntamiento no iba a dotarnos de presupuesto necesario para tan compleja misión, derivó en la postrer discusión de esa reunión, y al final en que ni se colgó pancarta, ni se hizo proceso alguno.

Lo curioso del asunto es que los unos tienen las rodillas peladas de pintar pancartas en la acera delante del local de la asociación de vecinos, y las otras fueron capaces de mantener mas de cuatro meses una mini cuidad en la Puerta del Sol. Y en un espacio y en el otro las palabras presupuesto y ayuntamiento, hace no tanto, eran prácticamente extranjerismos.

Es cierto que una pancarta presupuestada y hecha en imprenta queda mucho mas mona, pero ¿de verdad nadie tenía una sabana que fuera a tirar? ¿a nadie le había sobrado un poco de pintura de la última vez que le dio una manita al techo de su cocina? Mas allá de la anécdota concreta, creo que esta merece una reflexión sobre nuestra manera de comprender y sobre todo de comprender-nos en esto de la acción social y política.

Tenemos un poco de confusión entre lo que es común, y lo que es estatal. Lo común es de todas porque no es de nadie, y a todas beneficia y sirve, sin que sea posible su apropiación. Lo estatal es aquello que siendo común es gestionado directamente por una institución estatal (da igual de que nivel).  Lo común hace referencia a la naturaleza del bien en cuestión, lo estatal solo es una forma de gestión de entre varias posibles. Los pastos del monte pueden ser repartidos por el ayuntamiento o explotados de común acuerdo por sorteo, rotación…  entre todos los pastores del pueblo. Por definición, todo lo estatal debiera ser común, pero no todo lo común ha de ser necesariamente estatal.

Todas las formas posibles de gestionar lo común es lo que se define como lo público. y en una sociedad compleja como la nuestra, resulta inevitable una cierta intervención de lo estatal en su desarrollo. Ahora bien conviene no confundirlo con que el estado es el único agente que interviene en ello. Cosa esta ultima, que hacemos con demasiada frecuencia. Y así decimos “como yo pago, ensucio” y el resultado es como tenemos las calles. o “como no me la pagan, no hay pancarta.”

Lo que desde luego no es común es lo privado, lo privado es lo contrario de lo común. Lo privado es de alguien, su naturaleza es contraria a lo común, por mucho que de manera indirecta pueda beneficiar o servir a otros distintos, su esencia reduce su utilidad y beneficio a aquellos que lo poseen. Dejando ahora a un lado el más que necesario y pertinente debate sobre la legitimidad o no de determinadas propiedades privadas, afirmaremos que lo privado es la única manera no legitima de gestión de lo común. Es mala idea dejar al zorro vigilar el gallinero.


Otro ejemplo con poco mas de enjundia que la historia de la pancarta podría ser la política de vivienda en Copenhague. Hace 20 años la capital Danesa tenía un parque público de viviendas correspondiente al  50% del total. Por esas cosas de la democracia, llegó la gobierno un partido conservador, de esos que defienden que lo privado es la mejor manera de gestionar lo común, y privatizó las viviendas de gestión directa municipal.  La realidad hoy es que el parque publico de Copenhague es de un 33%. ¿Por qué?, pues porque el resto de ese parque público tenia forma de gestión social cooperativa y el gobierno no pudo, aunque seguro que le hubiera encantado, privatizarlo. Resultó que una forma de gestión pública pero no estatal de un bien común fue mucho mas resiliente a la privatización que el otro modelo.

Una mejor comprensión de lo común y lo publico pasa necesariamente por implicarnos, por responsabilizarnos, por no delegar nuestra condición de agentes de lo común en las instituciones estatales. Y una adecuada gestión de estas ultimas pasa por trabajar y desarrollar también políticas de sentido, no solo de recursos, que movilicen las capacidades comunitarias, que empoderen a la gentes en la búsqueda de soluciones comunes a problemas comunes, con o sin la institución

domingo, 1 de julio de 2018

LOS APELLIDOS DE LA POBREZA

Vivimos en la sociedad del espectáculo, del titular, del twit… lo cual , entre otras muchas cosas, significa que las explicaciones complejas, las realidades que no se pueden explicar ni comprender en menos de 280 caracteres, simplemente ni se explican ni se comprenden. Con suerte se simplifican, se convierten en un titular o en un eslogan que se repite y se asume.

A esas reducciones de lo complejo les pasa lo que a algunas metáforas, que como dice Emanuel Lizcano tienen la propiedad de volverse zombies, es decir de ser algo usado como muleta “verosimil”, de tanto usarla y usarla mal, perdemos toda conciencia de su ser “simil” y la aceptamos como meramente“vero”

La pobreza, especialmente en una sociedad rica como la nuestra, es uno de esos elementos complejos que hemos “Twiterizado”. Y lo hemos hecho inventando apellidos, que no son más que dimensiones o distribuciones de la misma realidad, que forma un todo complejo e inter-relacionado.

Así, ya nadie habla de pobreza, quien lo hace aparece como un cura pesado. Se habla de pobreza energética, de pobreza infantil, de feminización de la pobreza… y probablemente surgirán mas apellidos. Con toda probabilidad, en la intención de quien los pone en circulación no hay maldad alguna, mas bien al contrario, trata de atraer la atención de una sociedad que no atiende a grandes y complicadas explicaciones. El titular impacta, la foto del niño ahogado en una playa de Turquía remueve conciencias.

La pobreza energética no existe, lo que hay son hogares que como son pobres, eligen comer antes que pagar la luz. La pobreza infantil no existe, la mayoría de los hogares pobres tienen menores en su seno. La pobreza no se ha feminizado, la mayoría de las personas en situación de  pobreza son mujeres, que ademas forman un hogar monomarental con menores, que, en muchos casos no pueden pagar la luz.

Pero el gran problema de estos apellidos zombies, no es de mero entendimiento, porque entender la realidad de una determinada manera (simple) nos lleva a actuar en consecuencia. Si ponemos el foco en los apellidos, actuaremos con parches parciales, y a veces incluso contraproducentes. Porque nuestro análisis queda reducido a lo parcial y de parcial viene parche. No hablo ni siquiera del tema de las causas. (bastante mas profundo), afrontamos mal incluso haciéndolo solo sobre las consecuencias.

Así, si miramos la pobreza energética, le echamos la culpa al precio de la luz, e inventamos medidas para hacerla más barata para los más empobrecidos. (por supuesto generando deuda, privada o pública). O si entendemos la pobreza como infantil,  reclamamos y nos empeñamos en abrir los comedores escolares los fines de semana y en vacaciones.

El gobierno anunció el viernes que va a duplicar el presupuesto destinado a esta ultima medida de cara al verano, pasando de 5 a 10 millones de euros, pero se mantiene la prestación por hijo a cargo en 24 euros al mes. ¿No seria mas eficaz y más lógico generar una prestación económica digna para los hogares en situación de pobreza? (mayor cuanto mas personas haya) Igual así, podrían pagar la luz y comer en familia y toda la familia.

¿No avanzaríamos mucho mas si, de una vez por todas, el gobierno se atreviera a regular las rentas mínimas, para darles un umbral de dignidad igual en todo el estado?  Y ya en el colmo de la utopia, ¿no va siendo hora de abrir el debate de la renta básica universal? Insisto de nuevo, perfectamente consciente de que estoy hablando de afrontar consecuencias, que del tema de las causas ya hablaremos otro día. 

Sigamos mirando la parte por el todo, sigamos cogiendo el rábano por las hojas, sigamos usando imágenes zombies. sigamos inventando apellidos, que si es cierto, dan campanazos muy mediáticos e impactantes, pero dejan todo igual que estaba.


domingo, 24 de junio de 2018

YO NO SOY RACISTA, PERO…

No tengo por costumbre confundir la realidad con las cosas que se dicen o leen en mis redes sociales. No obstante, si que hay algunas de ellas en las que se puede tomar un cierto  pulso a una sociedad. Me refiero sobre todo a esos grupos de watshap conformados por familiares más o menos lejanos, ex-compañeros de instituto o universidad, o el grupo de papás y mamás de 2º de la ESO.

Y en estos grupos que, como todas, sufro en silencio, de un tiempo a esta parte están comenzando a proliferar mensajes de tipo, y voy a ser suave, un tanto tendencioso en torno a la inmigración, los inmigrantes, los extranjeros… cuando no los negros y los moros directamente.

Mi primera sorpresa es que estos mensajes son enviados a los grupos por buenas gentes, dicho sin ironía, que no tienen por costumbre compartir en estos chats otras cosas que chistes, powerpoints de gatitos, cadenas de buena suerte y alabanzas o improperios al equipo de futbol de sus amores u odios.  Me llama poderosamente la atención que gentes que de normal y haciendo uso de su legítimo derecho, pasan de lo social/político, en este tema en concreto se convierten en ciberactivistas.

La segunda constatación, que ahora no me provoca ya sorpresa sino rabia, se produce al analizar el contenido de los mensajes. Por regla general se trata, bien del relato de un hecho del que ha sido testigo un tercero que explica la natural tendencia al abuso de los migrantes, bien de algún dato  en torno a cuantía la ayuda que ese inmigrante recibe de las arcas públicas, comparado con otra que percibe un español.

He de confesar que, tal y como me hizo ver mi querida compañera de vida, la última vez tuve una reacción un tanto airada, y por ende poco pedagógica. voy a intentar ahora ponerle remedio hablando con datos, pocos aquí, que ya se sabe que esto es muy aburrido, pero que si usted está interesado en profundizar, puede hacerlo hasta el hartazgo en el siguiente enlace http://www.antirumores.com/resources/la_caixa_31-inmigracion-y-estado-de-bienestar-en-espana-i.pdf

Dato nº 1 : Según la agencia tributaria En el año 2015, solo contando el IRPF (es decir sin tener en cuenta ni el IVA, ni las cotizaciones a la seguridad social) cuyo importe en la recaudación total de impuestos en España suele ser de un tercio del total, los extranjeros aportaron a las arcas del estado 2.254 millones de euros. Y su numero fue de 472.474 cotizantes. Para hacernos una idea de la aportación real, tendríamos que multiplicar esa cantidad por tres, lo que nos sitúa en una aportación cercana a los 6.700 millones de euros.

Dato nº 2: Según el Ministerio de sanidad y servicios sociales, en el año 2015 el gasto total en rentas mínimas de inserción (la parte mas amplia y costosa de eso que se llaman las “ayudas”) fue de 1.359 millones de Euros de los cuales, el 25 % fueron percibidos por extranjeros, en cifras, 339 millones de euros, y 75.000 perceptores no españoles. frente a los 1.019 percibidos por personas de nacionalidad española. que sumaban un total de 233.000 perceptores con DNI.

Dicho ahora en palabras, los inmigrantes aportan al estado mucho más de lo que reciben en ayudas (7000 frente a 400) y suponen tan solo uno de cada cuatro entre los que reciben la ayuda económica.

Bueno, a gusto me he quedado, creo que los datos hablan por si mismos, diga lo que diga mi cuñao, al que, por otra parte, se que estos datos le van a dejar igual que estaba, porque en su watshap, alguien ha dicho que nos están invadiendo, que vienen aquí a chupar del bote sin cotizar, y que tienen preferencia para recibir las ayudas… porque es de esos que dice “yo no soy racista, pero…” y de los que cuando la realidad no coincide con lo que piensa, suele decir “pues peor para la realidad”

martes, 29 de mayo de 2018

NO ME GUSTA QUE A LOS TOROS TE PONGAS LA MINIFALDA


No seré yo quien niegue que el conjunto de espectáculos, festejos y eventos que se engloban bajo el paraguas de la tauromaquia tienen en común, en diversos grados, el maltrato a un animal. Creo que ni siquiera los defensores de lo taurino pueden negar esta obviedad, y si lo hacen saben que están haciendo un ejercicio de deshonestidad dialéctica.
Cuando se debate con honestidad la discrepancia no está en la negación del maltrato, sino en si este es moralmente justificable o condenable. Si el hecho de que se trate de una tradición cultural (en el sentido antropológico de la palabra) convierte en tolerable o incluso en positiva esta práctica.
Sin ninguna intención de relativizar la importancia del sufrimiento animal en la postura anti-taurina, me gustaría ahora tirar de este otro hilo, menos habitual en el debate: Las dimensiones antropológico/culturales de la llamada fiesta nacional. Pues creo que en ellos hay elementos de profundidad, que suman al argumentario de quienes nos oponemos al mantenimiento y a la bondad de la tal “tradición cultural.”
Tras de la tauromaquia se esconde la pulsión de la muerte. Morir es el otro lado de la vida, sin muerte vivir no tendría demasiado sentido. El como una sociedad enfrenta este hecho, y su inevitabilidad es una marca de la casa, es un rasgo cultural de primera magnitud. Estoy seguro que los aficionados a los toros, ni desean ni disfrutan cuando una persona muere en un espectáculo de este tipo, ni mucho menos, pero es innegable que sin este riesgo “la fiesta” perdería prácticamente todo su aliciente.  Lo que realmente da sustancia a los “toros”, es el cierto riesgo y el riegos cierto de que alguien puede perder la vida en ellos.
La psicología evolutiva sabe que la etapa adolescente de nuestras vidas conlleva una cierta pulsión de muerte, el riesgo, lejos de ser un freno se convierte en un aliciente, y puede hacer llevar determinados juegos al límite, precisamente porque es arriesgado hacerlo.  Luego esto pasa, afortunadamente, y cuando ya decimos aquello de “fa vin anys que tinc  vint anys” preferimos evitar el riesgo, y limitar los juegos.  En este sentido, la tauromaquia no es sino un signo de la adolescencia cultural de una sociedad, poco justificable si pretende reclamarse como madura.
Por otra parte, el factor riesgo se asocia también al reconocimiento del  “valor” de quien lo asume. La valentía medida desde los parámetros valorativos del modelo patriarcal de sociedad. El valor, asociado a Marte, no en vano signo zodiacal con el que simbolizamos lo masculino.  Con la guerra, el combate, la lucha como los escenarios en los que esa actitud y aptitud se despliega y demuestra. Torero y valiente se convierten en sinónimos en una cultura social que no da valor a Venus. En este sentido la tauromaquia no es sino un signo del machismo cultural de una sociedad, poco justificable si pretende reclamarse como igualitaria.
Cuando un torero muere en la arena, o un corredor en San Fermín, el entorno cultural taurino hace de él un mito, queda automáticamente elevado a los altares del valor y la entrega. Su muerte, que repito no creo que satisfaga a nadie, ni sea por nadie deseada, se ubica en el olimpo de los héroes, de aquellos que han muerto con honor en aras de una causa mayor y más importante que la propia vida. La muerte se ritualiza, y de algo duro y, en este caso, ciertamente evitable, se convierte en  modelo a imitar. En el juego de pelota Maya, el equipo ganador era sacrificado en el altar a los dioses. Morir ritualmente era un honor por el que competían. El sacrificio ritual es un mecanismo muy antiguo, que responde a modelos sociales, a culturas en la que el individuo importa muy poco, y puede e incluso debe ser sacrificado en el altar colectivo. . En este sentido la tauromaquia no es sino un signo de una comprensión de lo social como si fuera una colmena, poco justificable si pretende reclamarse como respetuosa con los individuos.
Y todo ello en el marco del omnipresente modelo capitalista que hace de todo ello un gran negocio, espectacularizando el riesgo el valor y la muerte. Dejando a los demás, pobres mortales, que no tenemos lo que hay que tener para enfrentarse a un toro, el papel de espectadores, admiradores y paganos, de pagar.


miércoles, 30 de agosto de 2017

LA ECOLOGÍA POLÍTICA: MÁS ALLÄ DE LA SOSTENIBILIDAD

Cuando una parte del movimiento ecologista da el paso a “meterse en política” lo hace desde el convencimiento de que tiene elementos muy valiosos y novedosos que aportar, no solamente a las cuestiones de política medioambiental, sino al conjunto de lo político, a saber: el proceso de vivir en y de construir sociedad. La visión ecologista del mundo es mucho más que situar la crisis medioambiental en la agenda.
 
Se trata de una percepción del vivir social desde una perspectiva eco-sistémica. Un ecosistema no se explica desde las partes, los individuos o las especies, sino desde las relaciones que se establecen en él. Un ecosistema nunca está completamente aislado ni cerrado, desde el y mirando sus interdependencias terminamos hablando del universo, que en tanto infinito, nunca deja de proporcionar relaciones que descubrir. En realidad los propios ecosistemas no dejan de ser divisiones tan arbitrarias como cualquier otra, fruto de nuestra limitación, incluso cerebral,  para un conocimiento verdaderamente holístico.
 
Un ecosistema no tiene centro ni cúspide, se constituye en una compleja red de inter-retro-acciones, en la que resulta inútil intentar definir cuál es más importante. Los ecosistemas son autosemejantes, cada parte en la que queramos dividir la realidad es un reflejo de aquella en la que está contenida.
Una visión ecológica rompe con el cartesianismo, tanto con el que enuncia que el todo no es más que la suma de sus partes, como con el que establece una relación lineal entre la causa y el efecto. 

Reniega también del darwinismo mal entendido, que ubica en la competición la única y fundamental explicación al éxito de una determinada especie. Cuando las partes vivas se relacionan provocan sinérgias, verdaderas explicaciones de los cambios y evoluciones. Las causas y los efectos, en realidad conforman bucles, dependerá de por dónde comiences a mirar, una será la otra o la otra la una. Así no hay soluciones fáciles ni simples a lo que en realidad es complejo. Y la cooperación tiene, al menos, tanto peso como la competencia en el éxito evolutivo.
 
No hay espacio ni es la intención de este articulo desplegar todas y cada una de estas afirmaciones, que lo son de algunos y algunas de los miembros más punteros de la comunidad científica.  Abusando así de una consideración axiomática  de las mismas me sirven de pórtico para entrar al contenido central: Las transversalidades necesarias de la ecología política.
 
La primera de ellas es la sostenibilidad. Importante, necesaria, casi diríamos que vital,  pero insuficiente. Las razones y necesidad de la misma pertenecen ya al ámbito de lo evidente, por lo que no las repetiré aquí, más allá de su postulado básico: es inviable y suicida el crecimiento sostenido en un planeta de recursos finitos.
 
El problema de la sostenibilidad es que marca los límites que tiene el seguir haciendo lo mismo que hacemos, en menor medida, pero lo mismo.  Por eso ha sido asumida, al menos en parte, por cualquier actor que no apueste por el suicidio. Y es defendida por las más capitalistas y devoradoras de las multinacionales que en el mundo son. El gran planteamiento que ha de surgir de una mirada ecosistémica a la realidad, es que, con mucha probabilidad, debemos de empezar a hacer otras cosas completamente diferentes.
 
A mi juicio, una de las debilidades del discurso ecologista al uso, es de convertirse sin quererlo en profeta del desastre. Un discurso apocalíptico, que queda en anunciar el fin del mundo sin ofrecer más alternativa que seguir haciendo lo mismo, pero en menor medida. Si hacemos lo mismo pero menos, seremos un poco menos desiguales, pero desiguales, seremos un poco menos consumistas, pero consumistas, y para solo ser un poco menos, yo me sigo apuntando a la parte de los que tienen más o que consumen más, y el que venga detrás que arreé.
 
Así, a más de la sostenibilidad, una política de corte ecologista ha de incorporar otros transversales. Enuncio algunos: Lo común, desde lo más común que tenemos, que es la casa que habitamos, el plantea, pasando por sus recursos que son comunes no solo  a los humanos, y terminando en lo social, modelo común de convivencia. Lo común posee como característica que es de todos y de cada una,  a la vez. Y  por eso es disfrutado, defendido y gestionado por todas y cada uno. 
 
Lo común nos lleva de la mano a los cuidados y a la cooperación. Como nuevo transversal propositivo y con potencialidad transformadora. El cuidado del otro y de lo otro, que es igual pero diverso, y por tanto enriquecedor. La cooperación que nos lleva a olvidarnos de la reclamación igualdad de oportunidades, porque la vida no puede ser una carrera, y a centrarnos en reclamar la igualdad real en la diversidad.
 
El ya viejo, pero no por eso menos actual transversal de la glocalidad. Es en lo cercano donde se juega lo global. El cambio climático se nota en mi escalera, y su freno comienza en el rellano. La exclusión social la sufre mi vecina, y la integración empieza en mi calle, con ella.
 
Lo humano no es ninguna cúspide evolutiva. No es mas, ni menos,  que otra de la hebras de la trama de la vida. Las políticas ecologistas están libres de antropocentrismo. No hay jerarquías en la toma de decisiones. El dilema entre empleo y conservación del medio no es real. La mina no es buena porque genera empleo y la central nuclear tampoco. Hay que generar maneras de vivir y de trabajar conservando el medio. Los toros no son más importantes, ni menos, que el torero. y tan deleznable es el hecho de la tortura de un animal, como el de un espectáculo en el que el aliciente es el riesgo de una vida humana.
 
No hay dimensiones centrales de lo social humano. La economía es solo otra dimensión, y el asunto central no es la propiedad de los medios de producción, ni la estratificación en clases sociales, por mas que se trate de dos asuntos importantes. son solo dos mas de los asuntos de lo social. Ni mas ni menos importantes que la desigualdad de genero o de edad, o que la capacidad de decisión política, o que la acumulación de capital relacional o cultural.
 
Las divisiones tradicionales en la acción política no tienen mas sentido que un mero mapa para no perderse, pero la ecología política sabe que le mapa no es el territorio. No ha de haber política económica, laboral, cultural, social… o si, pero no es esa división la que justifica las prioridades. Ha de haber políticas sinérgicas, es decir, aquellas que desarrollen y hagan avanzar a la vez varias dimensiones en su interelación. Esas han de ser las elegidas al optar,
 
Son más, pero aquí paro. En EQUO andamos por ahí. No somos esto, vamos siéndolo, porque el vivir en gerundio es el último de los transversales de los que hablaré. La ecología política no es ni puede ser, sin traicionarse a si misma, una ideología cerrada y completa que limite la comprensión del mundo dentro de un marco rígido, al que si se le presentan inéditos tenderá a rechazarlos.
 
Estoy convencido que eso que llamamos las fuerzas del cambio necesitan de la ecología política, necesitan de EQUO. Desde la humildad que exige la coherencia con todos estos transversales, se trata de una fuerza política con perfil propio que tiene grandes novedades que aportar, que ofrecer y que construir. Así, cualquier intento interno o externo de reducirnos a la categoría de especialistas en pájaros y flores, o aún en sostenibilidad, será una perdida para todas, incluso para quien, legítimamente, no se considere ecologista.

lunes, 8 de junio de 2015

SOBREVIVIR, VIVIR BIEN Y BIEN VIVIR: Una lectura de las pasadas elecciones a la luz de lo que se nos viene encima.


He preferido esperar un poquito de tiempo, porque la euforia no suele ser buena consejera para estimular la reflexión, a la vez que para permitirme disfrutar de lo que seguramente ha sido mi “primera vez”. Ya no soy virgen en lo que a ser parte del bando ganador en una votación se refiere, incluidas las de la comunidad de vecinos.

Pero ahora que se acerca el momento de dejar de festejar y continuar trabajando, es llegada la hora de pararse y pensar, y de compartirlo por si sirve. No voy ha hacer un análisis de los resultados pues ya hay muchos y muy acertados, o al menos no pretendo hacerlo al uso, sino intentar mirarlo desde una perspectiva diferente, quizá más de hondura o de largo recorrido.

Primero de todo, y como lo decíamos antes, creo que hay que segur diciéndolo, el partido ganador de estas elecciones municipales y autonómicas ha vuelto a ser el partido de los que no han votado. La abstención sigue ganando elección tras elección, o todo lo más empata con el que mas votos ha obtenido.

Dentro de ese 30-35% de no votantes, hay una pequeña porción (de imposible cuantificación) de gentes con un no voto consciente y combativo. No hablaré de ellos, pues dentro de mi heterodoxia ideológica, los considero de los míos. Si lo haré de los demás, y en especial de aquella parte de los abstencionistas que lo son por estar en ese lugar social en el que no cuentan, ni siquiera para esto.  Gentes, siguiendo el lenguaje mas en boga, de los de abajo del todo, a los que seguimos sin llegar, sin ser capaces de movilizar y de implicarles en el juego colectivo de la participación democrática, ni aún en su expresión más superficial de depositar un voto cada cierto tiempo. Un primer colectivo de “sujetos” que no lo son, porque su horizonte vital está sustancialmente en el “sobrevivir”

Segunda cuestión, a tener en cuenta, el PPSOE, al que hay que incorporar al emergente Ciudadanos, tiene un chacho largo y grande. Sin aburrir con datos y casuísticas, el PP es el partido más votado en general, y en los procesos autonómicos, un PSOE que no se ha renovado en absoluto sigue siendo el segundo, sin ambages ni aproximaciones que puedan hablar de empates o victorias pírricas.

No aporto nada nuevo al suscribir el análisis de coyuntura que ve claro que donde ha habido procesos de convergencia real, de novedad política y no solo de caras o siglas (algunos grandes ayuntamientos)el PSOE se ha ido al tercer lugar, igualmente sin ambages. Parece claro que el cielo si que hay que consensuarlo.

Pero esa coyuntura está aún muy lejos de dejarme satisfecho. Lo que explica que, en el largo recorrido, el entramado PPSOE+C’s, (al que habría que sumar una buena parte, la mayoría me atrevo a decir, de los votos de las demás opciones alternativas) mantenga su gran tajada, es que su proyecto cuenta con un “sujeto”.

¿Y quien ese sujeto?  Pues todo el entramado de personas que tienen o aspiran a “vivir bien”. Resulta evidente que es infinitamente superior el numero de los aspirantes que de los reales “bon vivants”. Pero unos y otros es decir aquellos que nos hemos creído el sueño del capitalismo, de que con nuestro esfuerzo individual podremos llegar a tener de todo, de sobra,  y quien no, pues será que no lo merece, continúan siendo una abrumadora mayoría social, sujeto político clave. Y, en cuanto tal, con la capacidad de mantener el chiringuito tal cual.

Creo que el cambio al que aspiramos algunos, tiene como primera y principal dificultad la ausencia de sujeto. El colectivo de personas que estamos aprendiendo a construir la “vida buena” somos una exigua minoría, a pesar de la cantidad de votos que se hayan conseguido en una coyuntura de deslegitimación de los actores que no del drama.

El drama, como metáfora del modelo social, permanece intacto en el inconsciente colectivo, quizá un poco alterado, cuestionado en sus formas, con una gran nivel de hartazgo al comprobar que eso de los “méritos” tiene que ver más con el choriceo que con otra cosa, pero que puede desarrollarse adecuadamente si somos capaces de cambiar la “compañía” que lo representa.

 El gran reto que tenemos por delante es el de construir-nos como sujeto político de la “vida buena”, hasta lograr ser esa mayoría social conformada como tal, que incorpore no como “destinatarios”  a esos que son hoy sujetos del “sobrevivir”.

Las semillas están plantadas, los procesos de convergencia vividos las tienen, solo hemos de ser capaces de dejarlas crecer, de regarlas y mimarlas.  Desaprender lo que sabemos, reconocer que no son, no pueden ser las organizaciones tradicionales, y menos aún en solitario, los instrumentos que necesitamos, sin por ello tirar al niño con el agua sucia. Que las identidades no son castillos a defender, sino riquezas a compartir para reelaborar-nos. Que no puede ni debe haber vanguardias. Que la vida de la gente es policentrica, y esto es bueno, por lo que nadie puede aspirar a convertirse en institución total.

Dialogo, consenso, participación, pequeñas experiencias de inéditos viables, y trabajo, trabajo y trabajo. Y si además de todo esto, tenemos unas instituciones facilitadoras pues miel sobre hojuelas, pero sobre todo, conciencia de lo lejos que aún estamos, de ese cielo consensuado. Paciencia y procesos. Alegría por el mini paso, pero alerta para no perder el norte.

martes, 28 de abril de 2015

DESECHOS HUMANOS


La ultima ocurrencia de la candidata popular al ayuntamiento de Madrid, aspirante a la sucesión de Rajoy, condesa, y no se cuantos cargos más, Esperanza Aguirre, no por recién expresada me resulta novedosa. Me refiero a la idea de prohibir dormir en la calle a las personas sin hogar, porque “espantan” al turismo. No es la primera vez que, con esta u otras formas, nuestros poderosos gobernantes proponen como solución ocultar el problema, y así, ojos que no ven…

El asunto es, en cierta medida hasta honesto. Y digo honesto en el sentido que no oculta el pensamiento real de quien hace la propuesta, evidentemente por nada más. Al menos Esperanza Aguirre expresa abiertamente lo que piensa de las personas que sufren la realidad más dura de la exclusión social. Simplemente no los considera personas. Son deshechos, basura que hay que barrer para que los turistas puedan hablar de  Madrid como una ciudad limpia en la que uno puede disfrutar de su merecido descanso sin tener que ver cosas desagradables. Una honestidad de pensamiento que seria de agradecer si no provocara el vómito.

Pero dejando ya tranquila a la susodicha, en la confianza de que ella haga lo mismo con nosotros, no estamos sino ante una manifestación extrema de un asunto mucho mas hondo y extendido de lo que parece. Invisibilizar lo que no nos gusta, como mecanismo para no hacer lo que podría evitarlo no es algo ni nuevo ni, por desgracia desterrado ni en la acción política ni en la vida cotidiana.

Le exclusión social, en cuanto fenómeno que va mucho más allá de la pobreza, es la manifestación mas evidente del fracaso de una sociedad que se diga a si misma democrática, social y de derecho. Y los datos del último informe de Cáritas, nos dan una cifra del 25% de la población en España en el año 2013. Uno de cada cuatro ciudadanos.

Pero si profundizamos un poco en los datos, vemos que la crisis, como no podía ser de otra manera,  ha incrementado las cifras hasta ese umbral, pero antes de ella, el porcentaje de personas en situación exclusión social era del 16%, ( año2007) lo que significa que dos de cada tres personas en exclusión ya estaban entre nosotros antes de la crisis. O dicho de otra manera, nuestra sociedad ya había fracasado cuando aquí se ataban los perros con longanizas.

Y ni antes ni ahora, la exclusión social esta en el centro del debate político y social. Era y es una realidad invisible, afrontarla no tiene rédito electoral, ni moviliza voluntades y luchas sociales, o al menos no lo hace en la medida que la gravedad del asunto merecería.

Porque claro, nuestra cultura del éxito individual no concibe la asunción colectiva de un fracaso. No, quien fracasa tiene la culpa de ello, se lo ha buscado, no merece otra cosa… Nadie reconoce que en su éxito hay mucho de suerte, de ayuda de otros, de herencia recibida (y no sólo económica), de relaciones sociales… No decimos que eso de la igualdad de oportunidades que pregonamos no es más que un cuento chino que nos gusta creernos para no reconocer que en eso de la competencia, hemos hecho algunas trampillas, hemos tomado algunos atajos y hemos pisado algún que otro callo.

Hablando ahora de políticas, de nuevo nos enfrentamos a una colonización de nuestro lenguaje por parte del de la derecha liberal, y todos manejamos como si tal cosa el concepto del “interés general” como principio de las propuestas y de las acciones. La diferencia está en la “cantidad de gente” que incluimos dentro de esa “generalidad interesada”.  Cantidad que se va reduciendo en la medida que te mueves hacia la derecha del espectro, pero que en la izquierda tampoco suele incluir a tod@s.

Nos lo han vendido y lo hemos comprado. Es otra forma de decir eso que se repite ahora de la “centralidad”. Gobernar y proponer para la mayoría, para las “clases medias”,  esa entelequia sociológica que aun nadie ha conseguido explicar convincentemente, pero que todos manejamos como si existiera.

Me gusta mucho más hablar de “bien común” y no es por manía nominalista, es que el decir nos conforma el hacer, y el hacer nos empuja a decir de una determinada manera, con perdón del retruécano.

Esto del “bien común” me lo explicaron hace tiempo con una metáfora extraída de la organización social de lo común: las comunidades de regantes.  En algunos lugares, estas agrupaciones se rigen por normas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Una de las más curiosas es la que otorga la presidencia de la comunidad, y por tanto la capacidad del voto de calidad, de manera vitalicia al propietario de la ultima tierra regada por el agua del que se trate. Así, a primera vista, parece poco democrático, pero desvela una sabiduría honda: si al “último” le va bien, la cosa funciona razonablemente.

Así pues, lo general no es lo común, la mayoría no es el todo. Pero además, el interés no es, necesariamente el bien. No todo lo que nos interesa es bueno. No todo lo que deseamos es una necesidad. No siempre más es igual a mejor. De hecho la mayoría de las decisiones que tomamos, personal y colectivamente no responden a la “racionalidad del homo economicus”, y menos mal que esto es asi.

Creo que es muy necesario que nos pongamos a construir metáforas propias. Si lo del bien común no nos vale, inventemos otras, pero hagámoslo. Lo contrario es hacer lo de la ínclita, mirar para otro lado para no ver lo que no nos gusta y así poder pasear tranquilos de turistas por la vida. Desde una nueva metáfora, pensaremos otras políticas en las que la diferencia no sea la cantidad de gente que entra, porque nadie queda fuera.