jueves, 22 de enero de 2015

DE CUMBRE EN CUMBRE, Y TIRO PORQUE ME TOCA


Como si de Edurne Pasaban o Juanito Olaizabal se tratara, los grandes lideres mundiales andan de cumbre en cumbre y tiro por que me toca. Ahora toca la de Davos, y en esta ocasión, resulta que si que están los que realmente mandan, y no sólo sus fieles discípulos y perros guardianes, ahora conocidos como casta.  Allí andan juntos y revueltos los amos del mundo, las empresas y bancos, y sus adláteres, los dirigentes políticos del mundo.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Davos, Oxfam acaba de publicar un informe en torno a la desigualdad, hace unos meses Cáritas publicó el suyo, y montones de otras entidades hacen lo propio, cuando pueden, cada quien desde su perspectiva, pero en coincidencia de fondo. Y todos ellos igualmente “demoledores” tal y como suelen aparecer calificados por quienes se han molestado en leerlos.

Desigualdad, pobreza, exclusión social, subdesarrollo… Conceptos diferentes en punto de vista pero coincidentes en lo que ponen de manifiesto: No tod@s estamos invitad@s a la fiesta. Algunos, cada vez menos, somos necesarios produciendo y consumiendo, otras, cada vez más, simplemente sobran.

No son sino un gasto que ha de mantenerse por la estúpida manía de una ética trasnochada que afirma el valor intrínseco de toda persona, y que, a pesar de las cumbres, seguimos empeñados en mantener.

Porque lo que hace divertida la fiesta, es precisamente eso, el ver que hay quien no puede participar. Eso constituye la base esencial de la misma, es la música de fondo que la anima, y el ponche que la alimenta.

Dejando ya la metáfora de la fiesta, tu, sufrid@ y avispad@ lector, habrás deducido que le estoy echando la culpa al sistema. Y me veo a mi mismo, cuando era joven y empezaba a pensar con otros en estas cosas, acabando indefectiblemente en la misma conclusión: la culpa es del sistema. Después, en la medida en que me iba haciendo mayor, esta respuesta quedaba corta, y empezábamos a entrar en aspectos parciales, susceptibles de reforma. Y ahora que ya soy, quizá, demasiado mayor, vuelvo a mis raíces. ¿No nos habremos pasado de rosca buscando reformas imposibles? ¿Tiene remedio la cosa sin darle una vuelta completa al calcetín?  No me asusta que me tachen de antisistema, cada vez más lo hace el descubrirme con actitudes y comportamientos pro-sistema.

No tengo las recetas mágicas, no termino de saber exactamente como. Lo que si se, y sabemos, es como no. Ni las decimonónicas recetas liberales, ni las menos arcaicas, pero también viejas propuestas marxistas, ni siquiera las que emergen de ese punto central entre ambas, que vino en llamarse socialdemocracia, tienen capacidad de poner en el centro de la agenda política la erradicación de la pobreza, la desigualdad, la exclusión social…

Evidentemente, las primeras no, porque son las fundantes, y las otras dos, cada una en su grado, porque quedaron cortas en su cuestionamiento sistémico. Ni basta con cambiar el régimen de propiedad de los medios de producción, ni con desarrollar instrumentos de redistribución de la riqueza. El gran problema está en el propio proceso de producción. Qué, cómo, cuánto y para qué producimos, son preguntas clave en el empeño de afrontar, con algo más que con declaraciones rimbombantes, el problema número uno de la humanidad, que son las personas, todas y cada una. Su lugar, su espacio, sus derechos… empezando por aquellas que han sido declaradas oficialmente como desechos.

¿Qué producir?, lo que necesitamos sin confundir necesidad con deseo. ¿Cómo producirlo? Modificando la competencia por la cooperación, y cuidando de no romper más de lo que creamos. ¿Cuánto? Todo lo que responda a las necesidades sin poner en peligro los recursos finitos de los que disponemos. Y ¿para qué? Para la vida buena, que no es lo mismo la buena vida.

Evidentemente, en Davos dan otras respuestas. ¿Qué producir? Todo lo que se pueda vender. ¿Cómo producirlo?  Explotando y ensuciando. ¿Cuánto? Cada vez más porque si dejamos de pedalear nos caemos de la bici. Y ¿para qué?, para seguir disfrutando de nuestra fiesta.

Y los que no estamos de cumbre en cumbre, ¿Afrontaremos las preguntas adecuadas? o por el contrario ¿nos conformaremos con seguir de espectadores de la fiesta, reivindicando, eso si, un huequito para mirar de cerquita?

  


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