Como si de Edurne Pasaban o Juanito Olaizabal se tratara, los
grandes lideres mundiales andan de cumbre en cumbre y tiro por que me toca.
Ahora toca la de Davos, y en esta ocasión, resulta que si que están los que
realmente mandan, y no sólo sus fieles discípulos y perros guardianes, ahora
conocidos como casta. Allí andan juntos
y revueltos los amos del mundo, las empresas y bancos, y sus adláteres, los
dirigentes políticos del mundo.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Davos, Oxfam acaba de
publicar un informe en torno a la desigualdad, hace unos meses Cáritas publicó
el suyo, y montones de otras entidades hacen lo propio, cuando pueden, cada
quien desde su perspectiva, pero en coincidencia de fondo. Y todos ellos
igualmente “demoledores” tal y como suelen aparecer calificados por quienes se
han molestado en leerlos.
Desigualdad, pobreza, exclusión social, subdesarrollo… Conceptos
diferentes en punto de vista pero coincidentes en lo que ponen de manifiesto:
No tod@s estamos invitad@s a la fiesta. Algunos, cada vez menos, somos
necesarios produciendo y consumiendo, otras, cada vez más, simplemente sobran.
No son sino un gasto que ha de mantenerse por la estúpida manía de
una ética trasnochada que afirma el valor intrínseco de toda persona, y que, a
pesar de las cumbres, seguimos empeñados en mantener.
Porque lo que hace divertida la fiesta, es precisamente eso, el
ver que hay quien no puede participar. Eso constituye la base esencial de la
misma, es la música de fondo que la anima, y el ponche que la alimenta.
Dejando ya la metáfora de la fiesta, tu, sufrid@ y avispad@
lector, habrás deducido que le estoy echando la culpa al sistema. Y me veo a mi
mismo, cuando era joven y empezaba a pensar con otros en estas cosas, acabando
indefectiblemente en la misma conclusión: la culpa es del sistema. Después, en
la medida en que me iba haciendo mayor, esta respuesta quedaba corta, y
empezábamos a entrar en aspectos parciales, susceptibles de reforma. Y ahora
que ya soy, quizá, demasiado mayor, vuelvo a mis raíces. ¿No nos habremos
pasado de rosca buscando reformas imposibles? ¿Tiene remedio la cosa sin darle
una vuelta completa al calcetín? No me
asusta que me tachen de antisistema, cada vez más lo hace el descubrirme con
actitudes y comportamientos pro-sistema.
No tengo las recetas mágicas, no termino de saber exactamente
como. Lo que si se, y sabemos, es como no. Ni las decimonónicas recetas
liberales, ni las menos arcaicas, pero también viejas propuestas marxistas, ni
siquiera las que emergen de ese punto central entre ambas, que vino en llamarse
socialdemocracia, tienen capacidad de poner en el centro de la agenda política
la erradicación de la pobreza, la desigualdad, la exclusión social…
Evidentemente, las primeras no, porque son las fundantes, y las
otras dos, cada una en su grado, porque quedaron cortas en su cuestionamiento
sistémico. Ni basta con cambiar el régimen de propiedad de los medios de
producción, ni con desarrollar instrumentos de redistribución de la riqueza. El
gran problema está en el propio proceso de producción. Qué, cómo, cuánto y para
qué producimos, son preguntas clave en el empeño de afrontar, con algo más que
con declaraciones rimbombantes, el problema número uno de la humanidad, que son
las personas, todas y cada una. Su lugar, su espacio, sus derechos… empezando
por aquellas que han sido declaradas oficialmente como desechos.
¿Qué producir?, lo que necesitamos sin confundir necesidad con
deseo. ¿Cómo producirlo? Modificando la competencia por la cooperación, y
cuidando de no romper más de lo que creamos. ¿Cuánto? Todo lo que responda a
las necesidades sin poner en peligro los recursos finitos de los que
disponemos. Y ¿para qué? Para la vida buena, que no es lo mismo la buena vida.
Evidentemente, en Davos dan otras respuestas. ¿Qué producir? Todo
lo que se pueda vender. ¿Cómo producirlo?
Explotando y ensuciando. ¿Cuánto? Cada vez más porque si dejamos de
pedalear nos caemos de la bici. Y ¿para qué?, para seguir disfrutando de
nuestra fiesta.
Y los que no estamos de cumbre en cumbre, ¿Afrontaremos las
preguntas adecuadas? o por el contrario ¿nos conformaremos con seguir de
espectadores de la fiesta, reivindicando, eso si, un huequito para mirar de
cerquita?
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