Confieso
que aún no lo he leído, y tengo ganas de hacerlo, pero ya solamente el titulo
del libro del archi-famoso ministro griego de economía, Yanus Varufakis,
resulta en si mismo toda una provocación a la lectura y a la reflexión. Me
refiero, como no, al “minotauro global”.
Admiro
profundamente a esa gente que con una sola frase, o en este caso con dos
palabras, es capaz de decir tanto, de
ofrecerte una pildorita fácilmente memorizable, a partir de la cual se te
desencadenan toda una suerte de contenidos complejos. Desconozco si la
genialidad es del autor, o de algún anónimo editor o publicista, en cualquier
caso, mi enhorabuena.
Aunque
es de sobra conocida, conviene refrescar un poquito la historia original a la
que el titulo nos remite. El mito de Teseo y el minotauro.
Teseo,
era hijo de Egeo, rey de Atenas que había perdido una guerra, cuyo origen no
viene al caso, frente a la ciudad de Creta. Como parte de las clausulas de
rendición, todos los años la ciudad de Atenas debía entregar a la de Creta 14
jóvenes (en paridad de género) para servir de alimento al minotauro que habitaba
el laberinto en la ciudad vencedora.
Evidentemente,
esto no era del gusto de la ciudad perdedora, y mucho menos de los catorce
seleccionados. Los Atenienses estaban un poco hartos de ello, así que un año de
aquellos, a Teseo se le ocurrió la idea de ofrecerse personalmente para
encabezar la lista cremallera de ese año, con la intención de acabar con el
famoso bicho come jóvenes. A papi Egeo no le gustó un pelo aquello, una cosa
era sacrificar a otros, pero a tu propio hijo… la historia no nos relata el
proceso de primarias que hacían en Atenas para elegir a los candidatos a hamburguesa,
pero sabiendo como sabemos lo democráticos que eran, nos podemos hacer una
idea.
Pero
el caso es que, como bien sabemos, cuando a un adolescente se le mete una idea
en la cabeza, no hay papá que sea capaz de impedírselo, y ese año Teseo fue
cabeza de lista y para Creta partió con sus otros trece compañeros de destino.
Llegados allí, y mientras esperaban el turno de entrar al laberinto, Teseo
conoce a Ariadna, hija de Minos, para mas señas rey de Creta, y claro, se
enamora como un burro.
Al
parecer, el amor fue también correspondido, pues la princesita de Creta, ante
el inminente final de su breve romance, se decidió a echar una manita a Teseo,
y le entrego una madeja de hilo (de oro según fuentes generalmente bien
informadas) para que este la fuera deshaciendo en el laberinto, de tal forma
que luego, una vez acabado con el minotauro, pudiera volver a salir.
Y
dicho y hecho, hacia el centro del laberinto partió Teseo, con su madeja que lo
mantenía en un leve contacto con el exterior. De lo que pasó realmente dentro
solo contamos con la versión de Teseo, pues como efectivamente el minotauro
resultó muerto, no pudo contarla. Entonces, y siempre según la única fuente
disponible, el muchacho comenzó a dar vueltas y vueltas hasta conseguir agotar
la mitológico bicho, que una vez exhausto, fue muy fácil de rematar. Y
siguiendo el hilo de la madeja, salir del laberinto resultó como un juego de
niños.
Ahora
es cuando viene eso de “y fueron felices…”, pero no, resulta que los griegos
eran mas sabios y la cosa no termina tan bien, especialmente para alguien,
¿adivináis quien?... Pues de camino hacia la patria de Teseo, donde se dirigían
a culminar su historia con un matrimonio como debe ser, en una paradita a
repostar, se olvidaron tontamente de Ariadna y se la dejaron en una isla cual
perro en una gasolinera. Eso si, el tal Teseo si que acabo de rey, y no solo de
Atenas, sino también de Creta, pues al final si se casó, pero con la hermana de
Ariadna.
Con
mis disculpas por las licencias, hasta aquí la historia. Y ahora la otra, que es la
que interesa. Varufakis nos hace su propia interpretación del momento actual,
entendiendo por tal la evolución del sistema económico y político mundial al
menos desde los años 70, usando la metáfora del minotauro, pero con la
diferencia de que este no está circunscrito a la realidad de dos ciudades, sino
que ejerce su influencia a escala global.
Ese
monstruo nos pide víctimas y si no se las proporcionamos voluntariamente,
amenaza con devorarnos a todos. Y en
tanto le hemos alimentado, ha ido engordando y requiriendo cada vez más, hasta
el punto en que la lista de gentes que han de ser sacrificadas en su honor
excede ya la tasa de reposición, con lo que el efecto final, si acaso mas lento
pero no por eso menos eficiente, terminará siendo el mismo: tod@s vamos a ser
devorad@s. El Papa Francisco lo ha dicho
en términos menos metafóricos pero más contundentes: “esta economía mata”.
Breve pero claro.
Sin
haberlo leído no me atrevo a más, pero tampoco era la intención de este post,
profundizar en un análisis del Minotauro, ya bastante hecho y bastante
compartido, sino, aprovechando la multitud de hilos de la historia que nos
sirve de excusa, tirar de otros que tienen que ver más con los Teseos, las
Ariadnas y los laberintos.
Si
miramos la realidad que nos rodea, seguro descubrimos muchos Teseos. Muchas
personas que han decidido que esto tiene que acabar. Gentes que dan un paso al
frente y no se resignan a que el minotauro siga engordando y reclamando su
parte, que al final como hemos visto, terminaremos siendo tod@s. Personas, que, en
su mayoría, son “buena gente” y
gente corriente. Por primera vez en mi vida, me encuentro en la tesitura más
que probable, de tener amigas y conocidos que van a ser concejales o diputados
autonómicos. Y ni yo ni ell@s nos hemos movido de donde estábamos. Ole por
ellos y ellas.
El
personaje de Aridana me parece el más lúcido de todos los que aparecen en la
historia. Es la única que se da cuenta de la doble dificultad del asunto. Que
el tema no se soluciona solo con entrar y matar al bicho, sino que, además, hay
que salir del laberinto. Piensa y descubre que el problema es doble y complejo,
y que tan peligroso es el minotauro como el propio laberinto. Que lo mismo da
morir devorado que perdido por inanición en sus pasillos.
La
realidad del momento también me ha puesto delante de los ojos muchas Ariadnas,
que si bien no van a entrar en el laberinto, si se quedan en la puerta
sujetando la punta del ovillo para que, una vez dentro, los Teseos no se
pierdan. Porque la experiencia nos avisa que el laberinto de la presencia en
las instituciones, o dicho de otra forma, el laberinto del poder, ofrece
multitud de trampas, de tentaciones, de vericuetos que puede acabar haciéndonos
perder el norte, y que todo cambie para que todo siga igual. Hay que ganar,
claro que si, ha que conquistar el poder, no me cabe duda, pero no de cualquier
forma ni a cualquier precio.
El
minotauro no es domesticable, ni el laberinto es un lugar adecuado para vivir.
O matamos al minotauro y convertimos el laberinto en un lugar habitable para
tod@s, también para Ariadna, o para ese viaje no hacen falta alforjas. Y eso no
se conseguirá solo desde el ejercicio del poder. Corremos el gravísimo riesgo
de pensar que como ya gobernamos (si es que lo hacemos), todo lo demás sobra.
Que una vez dentro, podemos romper el hilo que nos une con lo de fuera y ya
nosotros solitos podremos con el bicho.
Experiencias
en este sentido ya tenemos. Y atisbos de
que algunos no tendrían ningún reparo en repetirlas, también. Creo que la
lección de Ariadna, con su lucidez inicial y su torpeza posterior al subirse al
barco como “consorte” ha de iluminarnos.
Tenemos
que comprender, asumir y gestionar la paradoja del dentro/fuera. Dos lugares
que no pueden ser antagónicos, sino que pueden y deben complementarse. El poder
político siempre va por detrás de la sociedad que gobierna, y siempre se
resiste a dejarse interpelar por ella. Sin sociedad, sin comunidad, el poder es
despotismo y oligarquía.
La
conquista del poder político, (si es que se logra, que no me gusta vender la
piel del minotauro antes de cazarlo) se hará en un contexto en el que la
cultura social es la que es. Tendremos unos gobernados que desean cosas diferentes
a las que realmente matarán al bicho y rehabilitarán el laberinto.
Quizá
se conquistará el poder desde eso que se ha llamado “la centralidad”, pero esa
centralidad habrá de ser descentrada, porque el centro de la cultura que hoy
nos domina, no es sino el discurso del minotauro. Y en ese trabajo de
descentramiento, los de fuera juegan el papel central. La cultura no se cambia
a golpe de decreto ni de presupuesto, y dentro del laberinto, no hay más
herramientas, descartadas, por supuesto, las de la imposición represiva.
Sepamos,
los que no nos hemos atrevido a entrar en el laberinto, sujetar con firmeza el
hilo que ahora nos une. No permitamos que lo corten, y si lo hacen, mandaremos
a otros. El otro día en un acto, escuche decir a un compañero, de esos que
seguramente entrarán: “Sé que vamos a ganar, lo que no sé es cuando”. Ese
cuando será el día que ese hilo no sea tal sino una fuerte maroma. Y ese día no
será el final de nada, sino el comienzo de todo.
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