martes, 28 de abril de 2015

DESECHOS HUMANOS


La ultima ocurrencia de la candidata popular al ayuntamiento de Madrid, aspirante a la sucesión de Rajoy, condesa, y no se cuantos cargos más, Esperanza Aguirre, no por recién expresada me resulta novedosa. Me refiero a la idea de prohibir dormir en la calle a las personas sin hogar, porque “espantan” al turismo. No es la primera vez que, con esta u otras formas, nuestros poderosos gobernantes proponen como solución ocultar el problema, y así, ojos que no ven…

El asunto es, en cierta medida hasta honesto. Y digo honesto en el sentido que no oculta el pensamiento real de quien hace la propuesta, evidentemente por nada más. Al menos Esperanza Aguirre expresa abiertamente lo que piensa de las personas que sufren la realidad más dura de la exclusión social. Simplemente no los considera personas. Son deshechos, basura que hay que barrer para que los turistas puedan hablar de  Madrid como una ciudad limpia en la que uno puede disfrutar de su merecido descanso sin tener que ver cosas desagradables. Una honestidad de pensamiento que seria de agradecer si no provocara el vómito.

Pero dejando ya tranquila a la susodicha, en la confianza de que ella haga lo mismo con nosotros, no estamos sino ante una manifestación extrema de un asunto mucho mas hondo y extendido de lo que parece. Invisibilizar lo que no nos gusta, como mecanismo para no hacer lo que podría evitarlo no es algo ni nuevo ni, por desgracia desterrado ni en la acción política ni en la vida cotidiana.

Le exclusión social, en cuanto fenómeno que va mucho más allá de la pobreza, es la manifestación mas evidente del fracaso de una sociedad que se diga a si misma democrática, social y de derecho. Y los datos del último informe de Cáritas, nos dan una cifra del 25% de la población en España en el año 2013. Uno de cada cuatro ciudadanos.

Pero si profundizamos un poco en los datos, vemos que la crisis, como no podía ser de otra manera,  ha incrementado las cifras hasta ese umbral, pero antes de ella, el porcentaje de personas en situación exclusión social era del 16%, ( año2007) lo que significa que dos de cada tres personas en exclusión ya estaban entre nosotros antes de la crisis. O dicho de otra manera, nuestra sociedad ya había fracasado cuando aquí se ataban los perros con longanizas.

Y ni antes ni ahora, la exclusión social esta en el centro del debate político y social. Era y es una realidad invisible, afrontarla no tiene rédito electoral, ni moviliza voluntades y luchas sociales, o al menos no lo hace en la medida que la gravedad del asunto merecería.

Porque claro, nuestra cultura del éxito individual no concibe la asunción colectiva de un fracaso. No, quien fracasa tiene la culpa de ello, se lo ha buscado, no merece otra cosa… Nadie reconoce que en su éxito hay mucho de suerte, de ayuda de otros, de herencia recibida (y no sólo económica), de relaciones sociales… No decimos que eso de la igualdad de oportunidades que pregonamos no es más que un cuento chino que nos gusta creernos para no reconocer que en eso de la competencia, hemos hecho algunas trampillas, hemos tomado algunos atajos y hemos pisado algún que otro callo.

Hablando ahora de políticas, de nuevo nos enfrentamos a una colonización de nuestro lenguaje por parte del de la derecha liberal, y todos manejamos como si tal cosa el concepto del “interés general” como principio de las propuestas y de las acciones. La diferencia está en la “cantidad de gente” que incluimos dentro de esa “generalidad interesada”.  Cantidad que se va reduciendo en la medida que te mueves hacia la derecha del espectro, pero que en la izquierda tampoco suele incluir a tod@s.

Nos lo han vendido y lo hemos comprado. Es otra forma de decir eso que se repite ahora de la “centralidad”. Gobernar y proponer para la mayoría, para las “clases medias”,  esa entelequia sociológica que aun nadie ha conseguido explicar convincentemente, pero que todos manejamos como si existiera.

Me gusta mucho más hablar de “bien común” y no es por manía nominalista, es que el decir nos conforma el hacer, y el hacer nos empuja a decir de una determinada manera, con perdón del retruécano.

Esto del “bien común” me lo explicaron hace tiempo con una metáfora extraída de la organización social de lo común: las comunidades de regantes.  En algunos lugares, estas agrupaciones se rigen por normas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Una de las más curiosas es la que otorga la presidencia de la comunidad, y por tanto la capacidad del voto de calidad, de manera vitalicia al propietario de la ultima tierra regada por el agua del que se trate. Así, a primera vista, parece poco democrático, pero desvela una sabiduría honda: si al “último” le va bien, la cosa funciona razonablemente.

Así pues, lo general no es lo común, la mayoría no es el todo. Pero además, el interés no es, necesariamente el bien. No todo lo que nos interesa es bueno. No todo lo que deseamos es una necesidad. No siempre más es igual a mejor. De hecho la mayoría de las decisiones que tomamos, personal y colectivamente no responden a la “racionalidad del homo economicus”, y menos mal que esto es asi.

Creo que es muy necesario que nos pongamos a construir metáforas propias. Si lo del bien común no nos vale, inventemos otras, pero hagámoslo. Lo contrario es hacer lo de la ínclita, mirar para otro lado para no ver lo que no nos gusta y así poder pasear tranquilos de turistas por la vida. Desde una nueva metáfora, pensaremos otras políticas en las que la diferencia no sea la cantidad de gente que entra, porque nadie queda fuera.

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