viernes, 30 de enero de 2015

ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS...


Hace ya algunos años nos levantamos un día con la sorpresa de que nos habían cambiado el padrenuestro de toda la vida. Por si tu  eres tan asquerosamente joven que ni eres capaz de recordarlo como era, te diré que se decía: “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, en lugar de lo de las ofensas que se dice ahora. No quiero entrar en cuestiones teológicas, que para eso doctores tiene la iglesia, o en la mayor o menor claridad lingüística del cambio.

Cogiendo el rábano por las hojas, me ha vuelto a la memoria que ya por entonces comentábamos como, para determinadas personas , aquello de decir todos los días que debían perdonar deudas no  habría de ser especialmente grato. Y supongo que sin entrar tampoco en profundidades religiosas, el cambio les supuso un alivio cotidiano. Banqueros e inversores de misa y comunión diaria debieron respirar aliviados, ya ni siquiera debían confesar, añadiendo además, que al hacerlo sin propósito de enmienda, volvían a pecar, y aquello podía convertirse en un agobiante circulo vicioso.


De deudas y perdones se está hablando mucho en estos días. No tengo la intención de abundar en los argumentos más y mejor expuestos por otros. La innegable imposibilidad de devolver una deuda que supone el 170% del PIB de Grecia, o del 100% como en nuestro caso. La inoperancia de las políticas impuestas por los acreedores, máxime cuando ya era sabido, pues fueron exactamente las mismas que se impusieron a los países de América Latina en los años ochenta, con idénticos resultados. Imposibilidad e inoperancia tímidamente reconocidas, incluso, por quienes han sido sus impulsores (FMI dixit)

Quiero hablar de un argumento que me ha llamado poderosamente la atención. Un recurso que están empleando con cierta frecuencia, porque se trata de algo que es fácilmente comprensible por el común de los mortales, que de economía  sabemos lo justito. Resulta que de esa barbaridad de dinero que los griegos deben, aproximadamente 26.000 millones nos los deben a nosotros. Y cuando digo nosotros, me refiero al estado español.

Se lo he escuchado a Luis de Guindos, a Cospedal, a Pedro Sanchez… y es un dato que se repite en todas las tertulias, incluso en las pocas que quedan mínimamente serias. Se trata del argumento definitivo, del  tapabocas final para quienes defienden la necesidad de apoyar los impagos, quitas, condonaciones o reestructuraciones, que con todas esas palabras se suelen referir a cosas parecidas. Porque una cosa es predicar, oiga,  y otra bien distinta dar trigo.

Y lo realmente malo es que funciona. Aún no he escuchado una respuesta inteligente. Nadie se atreve a hacerlo. Se suele eludir, hacer como que no se ha oído. Y a mi modo de ver, la pregunta, no por falaz es inoportuna.

Podríamos argumentar que 26.000 millones es un cuarto de los que nos ha costado el rescate de las cajas de ahorro, que ya nos van diciendo, que no se va a recuperar. Pero eso no importa, ahí si que perdonamos y nadie se despeina, debe ser que hay deudores y deudores, pero eso no es posible, nuestra constitución nos proclama iguales.

No se como tasar la aportación de Socrates, Platón , Aristoteles y compañía, no se si con 26.000 millones llegamos a devolvérselo a los griegos. Porque claro, habría que calcular el impacto de la inflación desde el 400 a.c. hasta ahora. Y ni Piketty se ha atrevido a ir tan atrás. A más de la complejidad de conocer la parte alícuota de España, dado el peso de Maimónides y Averroes,  más propios del solar patrio.

Pero a pesar de todo esto, la pregunta me parece que sigue siendo pertinente, es más, lo suficiente como para que nos resulte impertinente. Llegado el caso, y parece que así es, y dejando ya el tono irónico, creo que hay que atreverse a decir que si. Naturalmente que si. Y no sólo por aquello de que nosotros también debemos, sino por sensatez y responsabilidad para con la humanidad y su proyecto de hacerse.

Habíamos quedado en que hay que hacer las cosas de otra manera, y estoy convencido de que es así. Habíamos dicho que la economía ha de ser un instrumento al servicio de las personas, y no al revés. Habíamos dicho muchas otras cosas, que valen incluso, cuando se nos pregunta por los casi 500 euros a los que tocamos cada español de la deuda griega.

Otra cosa será la manera de hacerlo, quien ha de renunciar a más y porque. ¿Quien es el responsable máximo de que las cosas estén en este punto?, y es de justicia que a mas responsabilidad, mayor cuota en el balance de perdidas. Porque no cuela, ya no, aquello de echarle la culpa a un señor de Murcia que vivió por encima de sus posibilidades. Pero este es un asunto complejo, que me desviaría del objetivo de esta entrada aunque no quería dejar de apuntarlo.

El argumento funciona porque nos tienen colonizados con su discurso, con su comprensión de cómo debemos ser, con la entronización de la racionalidad como criterio humano de decisión y me explico.

La ciencia, la biología, nos denomina como "Homo Sapiens", el hombre que sabe. Somos animales dotados de razón. El ser humano tiene una disposición mental que suscita un conocimiento objetivo del mundo exterior, elabora estrategias eficaces, efectúa exámenes críticos, y opone el principio de realidad al principio de deseo.

El concepto "homo sapiens" pone la racionalidad en el centro de la definición de lo humano,  y dejando ahora de lado lo estrecho de esta comprensión de las personas, el olvido de todo lo emocional, y de tantas otras cosas, aún la antropología liberal, esa que nos tiene colonizados y colonizadas, además, lo concreta (y reduce) a dos dimensiones.

Somos "Homo faber", que aplica su razón fabricando útiles, desarrollando la técnica; y somos "homo aeconomicus", es decir, le añade la búsqueda de la utilidad, de la eficacia y la eficiencia para la consecución del propio interés. Homo aeconomicus que está en la base de la comprensión antropológica de los fundadores de la ciencia económica y que el propio Smith resumía como la propensión del hombre a cambiar bienes por bienes, bienes por servicios y unas cosas por otras”

De tal manera que el ser humano evalúa la realidad, utiliza una manera de conocer, para aplicarle aquella técnica que le lleve de la manera mejor y más eficiente a la consecución del fin perseguido, siendo éste siempre su propio interés individual o colectivo. Y en esta definición agota toda su comprensión de sí mismo.

Por tanto, desarrolla y despliega toda su potencialidad hacia el "cuantum", hacia la cantidad. Genera la teoría del crecimiento sostenido (como opción racional). El progreso humano significa siempre "lo más", tener más, correr más, hacer más… Palabras como producción, eficiencia, productividad, crecimiento invaden la comprensión del conjunto de lo humano. Erich Fromm decía ya en 1964:

“El uso del hombre por el hombre es expresivo del sistema de valores que sirve de base al sistema capitalista. El Capital, pasado muerto, emplea la vitalidad y la fuerza del presente. En la jerarquía de valores del capitalismo, el capital ocupa un lugar más alto que el trabajo, las cosas acumuladas más que las manifestaciones de la vida. El capital emplea trabajo, y no es el trabajo el que emplea el capital. La persona que tiene capital manda a la persona que “solo” tiene su vida, su destreza humana, su vitalidad y su capacidad creadora. Las cosas están por encima del hombre. El conflicto entre capital y trabajo es más que el conflicto entre dos clases, más que la lucha por la participación en el producto social. Es el conflicto entre dos principios de valoración: el conflicto entre el mundo de las cosas y su acumulación, y el mundo de la vida y su productividad“

Quien así se auto-concibe así, acepta sin grandes problemas la contradicción cuando de perdonar deudas se trata.  Tenemos el enemigo muy, muy dentro de casa. Yo renuncio a mis 500 pavos. ¿Nos atrevemos a decirlo?

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