Allá por los mayos del 68, un entonces joven
periodista llamado Carlos Fuentes escribía una serie de crónicas inspiradas en
los diversos eslóganes que
circulaban. A propósito del que
decía “habla con tu vecino”, afirmaba:
«Cafés, bistrós, talleres, aulas, fábricas, hogares, las esquinas de los
bulevares: París se ha convertido en un gran seminario público. Los franceses
han descubierto que llevaban años sin dirigirse la palabra y que tenían mucho
que decirse. […] En lugar de las “diversiones” de la sociedad de consumo,
renació de una manera maravillosa el arte de reunirse con otros para escuchar y
hablar y reivindicar la libertad de interrogar y de poner en duda. Los contactos se multiplicaron, se
iniciaron, se restablecieron. Hubo una revuelta —tan importante como las
barricadas estudiantiles o la huelga obrera— contra la calma, el silencio, la
satisfacción, la tristeza»
El otro día salí a tomar una cerveza, y en la
mesa de al lado nuestro había una pandilla de jóvenes haciendo lo propio, pero
hablando de ¡¡¡POLÍTICA!!!, esa misma mañana una pareja en el metro, lo mismo…
Más allá de lo mal que estoy quedando al admitir mi vicio de escuchar las
conversaciones ajenas, he de decir que me emocioné. Hacia muchos años que esto
no pasaba.
¿Estamos viviendo una nueva revuelta del
dialogo? ¿un reencantamiento del mundo? ¿estamos realmente despertando? Ojala. Pero
esta tarea no es cosa de dos días, y llevamos unos cuantos años de retraso.
En el contexto de esta sociedad líquida
(Bauman dixit) donde la atención nos dura el mismo tiempo que un anuncio de
coca-cola, donde las relaciones han sido sustituidas por las conexiones, y los
compromisos tienen también obsolescencia programada, es muy fácil que el
contenido de ese rencuentro con lo político como preocupación cotidiana sea una
nueva moda pasajera y tenga la misma consistencia que marcan los tertulianos de
la sexta noche.
Hay al menos un par de generaciones que no
han vivido en su infancia y juventud la experiencia de pasar por algún espacio
de tipo pre-político. Algún grupo, colectivo, asociación… que les haya ayudado
a vivir la vida cotidiana como problema, a hacerse preguntas sobre ella, y
simplemente han vivido la vida que les ha tocado.
El 15-M fue para muchos de ellos y ellas una
primera experiencia en ese sentido, que ha dado de si lo que ha podido (y ha
sido mucho) pero creo que se agotó en
ese esfuerzo titánico de superar en tres o cuatro años una carencia de muchos
más.
Como sociedad, y especialmente si apostamos
por una forma de entenderla que no comparte lo del fin de la historia, tenemos
la obligación de recuperar, o mejor de reinventar esos espacios, que no tienen
más misterio que eso de “habla con tu vecino”.
Cuando sea mayor tengo ganas de hacer un
estudio histórico sobre el asunto, pero en tanto eso llega y sin el rigor que
el mismo le aportaría a la afirmación, creo que la transición a la democracia
no hubiera sido posible sin los tele-clubs de las parroquias rurales, y sin los
centros de cultura popular que se dedicaron a la alfabetización de las mujeres
en muchos barrios de las grandes
ciudades. Por citar dos grandes historias de la historia, arrinconadas en la
memoria colectiva.
No estoy reivindicando tiempos pasados como
modelos reproducibles, eso es absurdo. Me quedo con el contenido, no con el
continente. En esos y en otros espacios aprendimos que vivir no es fácil, que
las cosas no pasan por casualidad, que la realidad es tozuda y no de deja
cambiar con facilidad, que hay a quien no le interesa, que juntos podemos hacer
lo que de uno en uno no… y tantas otras cosas. Y además lo hicimos sin leer a
Marx, cosa que, en todo caso, vino después.
El papel que las organizaciones políticas de
la izquierda tuvieron en el desmantelamiento de todo ese tejido social
pre-político es uno de los capítulos más bochornosos de nuestra reciente
historia. ¿seremos capaces de no reproducirlo? Creo que es todo un reto.
¿Aprenderemos a no funcionar como vanguardias de nada ni de nadie? ¿Seremos
capaces de entender que las soluciones
necesitaran del concurso de los que tienen el problema? ¿Nos creeremos
eso de que las instituciones son solo medios y no fines en si mismas?
¿Entenderemos por fin aquello que cantaba Auto “que el pensamiento no puede
tomar asiento”?
Los chavales y chavalas del bar del otro día,
la pareja del metro, los miles que andan proponiendo y ensayando nuevas formas
de hacer política… son signos de que algo se está moviendo. Ni idea de por
donde saldrá, pero en cualquier caso, diremos con Serrat
“Ay utopía, cuanto te quiero
porque les alborotas el gallinero”
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