miércoles, 3 de diciembre de 2014

HABLA CON TU VECINO


Allá por los mayos del 68, un entonces joven periodista llamado Carlos Fuentes escribía una serie de crónicas inspiradas en los diversos eslóganes que  circulaban.  A propósito del que decía “habla con tu vecino”, afirmaba:

«Cafés, bistrós, talleres, aulas, fábricas, hogares, las esquinas de los bulevares: París se ha convertido en un gran seminario público. Los franceses han descubierto que llevaban años sin dirigirse la palabra y que tenían mucho que decirse. […] En lugar de las “diversiones” de la sociedad de consumo, renació de una manera maravillosa el arte de reunirse con otros para escuchar y hablar y reivindicar la libertad de interrogar y de poner  en duda. Los contactos se multiplicaron, se iniciaron, se restablecieron. Hubo una revuelta —tan importante como las barricadas estudiantiles o la huelga obrera— contra la calma, el silencio, la satisfacción, la tristeza»


El otro día salí a tomar una cerveza, y en la mesa de al lado nuestro había una pandilla de jóvenes haciendo lo propio, pero hablando de ¡¡¡POLÍTICA!!!, esa misma mañana una pareja en el metro, lo mismo… Más allá de lo mal que estoy quedando al admitir mi vicio de escuchar las conversaciones ajenas, he de decir que me emocioné. Hacia muchos años que esto no pasaba.

¿Estamos viviendo una nueva revuelta del dialogo? ¿un reencantamiento del mundo? ¿estamos realmente despertando? Ojala. Pero esta tarea no es cosa de dos días, y llevamos unos cuantos años de retraso.

En el contexto de esta sociedad líquida (Bauman dixit) donde la atención nos dura el mismo tiempo que un anuncio de coca-cola, donde las relaciones han sido sustituidas por las conexiones, y los compromisos tienen también obsolescencia programada, es muy fácil que el contenido de ese rencuentro con lo político como preocupación cotidiana sea una nueva moda pasajera y tenga la misma consistencia que marcan los tertulianos de la sexta noche.

Hay al menos un par de generaciones que no han vivido en su infancia y juventud la experiencia de pasar por algún espacio de tipo pre-político. Algún grupo, colectivo, asociación… que les haya ayudado a vivir la vida cotidiana como problema, a hacerse preguntas sobre ella, y simplemente han vivido la vida que les ha tocado.

El 15-M fue para muchos de ellos y ellas una primera experiencia en ese sentido, que ha dado de si lo que ha podido (y ha sido mucho)  pero creo que se agotó en ese esfuerzo titánico de superar en tres o cuatro años una carencia de muchos más.

Como sociedad, y especialmente si apostamos por una forma de entenderla que no comparte lo del fin de la historia, tenemos la obligación de recuperar, o mejor de reinventar esos espacios, que no tienen más misterio que eso de “habla con tu vecino”.

Cuando sea mayor tengo ganas de hacer un estudio histórico sobre el asunto, pero en tanto eso llega y sin el rigor que el mismo le aportaría a la afirmación, creo que la transición a la democracia no hubiera sido posible sin los tele-clubs de las parroquias rurales, y sin los centros de cultura popular que se dedicaron a la alfabetización de las mujeres en  muchos barrios de las grandes ciudades. Por citar dos grandes historias de la historia, arrinconadas en la memoria colectiva.

No estoy reivindicando tiempos pasados como modelos reproducibles, eso es absurdo. Me quedo con el contenido, no con el continente. En esos y en otros espacios aprendimos que vivir no es fácil, que las cosas no pasan por casualidad, que la realidad es tozuda y no de deja cambiar con facilidad, que hay a quien no le interesa, que juntos podemos hacer lo que de uno en uno no… y tantas otras cosas. Y además lo hicimos sin leer a Marx, cosa que, en todo caso, vino después.

El papel que las organizaciones políticas de la izquierda tuvieron en el desmantelamiento de todo ese tejido social pre-político es uno de los capítulos más bochornosos de nuestra reciente historia. ¿seremos capaces de no reproducirlo? Creo que es todo un reto. ¿Aprenderemos a no funcionar como vanguardias de nada ni de nadie? ¿Seremos capaces de entender que las soluciones  necesitaran del concurso de los que tienen el problema? ¿Nos creeremos eso de que las instituciones son solo medios y no fines en si mismas? ¿Entenderemos por fin aquello que cantaba Auto “que el pensamiento no puede tomar asiento”?

Los chavales y chavalas del bar del otro día, la pareja del metro, los miles que andan proponiendo y ensayando nuevas formas de hacer política… son signos de que algo se está moviendo. Ni idea de por donde saldrá, pero en cualquier caso, diremos con Serrat

“Ay utopía, cuanto te quiero
porque les alborotas el gallinero”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

podeis comentar si asi os apetece